Todos los hombres tienen un mundo
interior que les vive dentro. Henry
David Thoreau llegó a decir, refiriéndose precisamente a esa dimensión
espiritual del ser humano, que “Todo
hombre es señor de un reino a cuyo lado el imperio terrestre del Zar es un
dominio insignificante”. Mas de entre todos los hombres, hay algunos que
tienen el don de transmitir al resto
de la humanidad la vastedad de ese cosmos; hombres con el talento de evocarlo
mediante el arte, a través del cual son
capaces de hacer, de un sentimiento propio, un sentimiento universal, comprensible
para el resto.
Thomas Wolfe fue uno de ellos, y
con su cometido de escritor aspiró a ir aún más allá. Quiso no solo hacer de su
vida una historia, sino además abarcar la realidad de América en el que es
quizá su libro más célebre: Of Time and
the River. No obstante, al considerar la proeza de Wolfe, no se pude
olvidar la encomiable labor que llevó a cabo Max Perkins como editor de sus
libros. Él vio el talento del joven novelista y confió en que sus historias
servirían de luz para el resto de los hombres en la noche de este mundo, todo lo
cual se ve perfectamente reflejado en la película El editor de libros. A lo
largo de su trama se puede apreciar la relación tan cercana que se estableció
entre ellos —casi se podría decir una relación de padre e hijo— en la cual Max
Perkins, con su experiencia y un afecto auténtico hacia Wolfe, hizo posible que
su obra se diera a conocer y resultara un éxito en Estados Unidos.
Quizá la escena en la que mejor
se retrata su amistad sea aquella en la que aparecen ambos en la azotea de la
primera casa que tuvo Wolfe cuando llegó a Nueva York. Mientras contemplan
Manhattan, que se extiende a sus pies, Max recuerda al novelista, con una
hermosa alegoría, la importancia de su cometido; el de contar historias, y mediante el arte de escribir, dar a conocer su mundo y la
realidad de su tiempo a la humanidad, haciendo la existencia de las
personas un camino vitalmente más ‘llevadero.’