He leído estos últimos
días unas conversaciones con el anciano Ernst Jünger, editadas en español últimamente
por la editorial Páginas indómitas.
Quisiera transcribir
aquí, sencillamente, algunos fragmentos de las entrevistas en que el anciano
pensador (cumplía cien años cuando se publicaron por primera vez) reflexiona
sobre la tarea del escritor y sobre la poesía.
A propósito de la tarea del escritor, escribe:
«El verdadero
escritor, como la verdadera riqueza, se reconoce no por los tesoros que posee,
sino por su capacidad para hacer que se vuelvan preciosas las cosas que toca.
Por lo tanto, es como una luz que, invisible en sí misma, calienta y hace
visible el mundo» (65).
Para Jünger, como en
realidad para buena parte de los intelectuales del siglo XX, la historia está
hecha de progreso y decadencia. El escritor está llamado a «captar la
decadencia en su dimensión global, en su sentido trágico» (66). Captarla y
ayuda a afrontarla sin miedo. Pero no imponiendo una doctrina o una verdad,
sino justamente siendo como una luz que irradia, iluminando y dando
calor: «La superación del miedo a la muerte es el deber de un escritor que
se entrega: su obra debe irradiarla» (67).
Cuando le preguntan
por esa palabra, ‘irradiar’ (algunos de sus volúmenes de Diarios se
titulan así: Radiaciones),
contesta: «Es una palabra casi metafísica, como ‘emancipación’: indica
un modo de transmitirse la energía, tanto en el sentido material como en el
sentido espiritual» (67).
El
escritor vive la realidad de un modo profundo. Su mirada y su palabra la
espiritualizan y la transfiguran. Ese es el sentido de la poesía,
algo necesario para el hombre, también en una época caracterizada por una pobreza planetaria, como la nuestra. A
propósito de la poesía, comenta: «No es un lastre inútil, sino que forma
parte de la naturaleza del hombre. Es su señal de reconocimiento» (118).
Como es sabido, Jünger
fue un héroe de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, también en medio de
unas circunstancias dramáticas como aquellas supo encontrar la luz que los
poetas irradiaban:
«Durante la Primera
Guerra Mundial siempre llevaba conmigo, en // el zurrón, una edición económica,
la del editor Reclam, traducida por Gries, y la leía durante las pausas de los
combates y en los momentos de descanso. Ariosto no era el único. También me
acompañaban el Fausto de Goethe, Fontane y otros clásicos. En
mi existencia los clásicos han sido como bajeles a bordo de los cuales he navegado
a menudo más allá del tiempo y del espacio» (83-84).
Enseguida comenta por qué es tan importante la poesía, y, al
mismo tiempo, por qué la época que estamos viviendo hace difícil su tarea:
«Ariosto arrebata al lector y lo transporta en una visión
espiritualizada que transfigura la realidad, en la que nos encontramos con
demonios, con héroes y heroínas… y el alma se llena de una riqueza infinita. El
problema es que la transfiguración y la espiritualización de la realidad
mediante el arte están amenazadas por la técnica» (85).
En el mundo técnico
y nihilista que vivimos, la poesía
puede seguir jugando un papel fundamental. De ahí la importancia de los poetas —y, en general, de los escritores, en el
sentido en que Jünger entiende el término— para atravesar el momento de
transición que nos ha tocado vivir. Hombres que no se dejan dominar por los
poderes dominantes, que han aprendido a mantener viva su relación con el ser.
Viven retirados en el bosque de su intimidad, pero comparten al mismo tiempo, con
sus semejantes, esa vida y esa luz que alcanzan a mantener viva.
Jünger vivió retirado en la pequeña aldea de Wilflingen, pero
seguía visitando y recibiendo visitas de sus amigos, los Solitarios. Recordaba
con nostalgia los tiempos del París de la Segunda Guerra Mundial:
«En aquel París reinaba una atmósfera totalmente particular:
era un mundo en el que se respiraba la presencia del espíritu, de la cultura,
pero sin la dureza, el rigor, las tensiones del alma alemana. Se daba la
armonía de la conversación brillante y placentera que reconforta: el eros de la
inteligencia» (138).
Algo similar a aquel ambiente de los Inklings que miramos con nostalgia...